martes, 29 de diciembre de 2015

El regalo de la vida


A mediados de octubre estuve con mi mujer en Toledo. Una visita turística cuyo detonante fue una novela, o debería decir un novelista, su autor. La novela lleva por título “Lo que encontré bajo el sofá” y el nombre del autor es Eloy Moreno, un joven escritor, ejemplo de iniciativa, tesón y de calidad narrativa. Esta es su segunda novela y acaba de publicar “El Regalo”. No es el objeto de esta entrada hablar de sus obras ni de su trayectoria como escritor. No me corresponde a mí hacerle publicidad pues para eso ya cuenta con sus propios medios. No obstante, os recomiendo encarecidamente su lectura. Si menciono estas dos novelas es porque la primera fue, como he dicho, lo que motivó nuestro viaje a la Ciudad Imperial y la segunda porque, una vez allí, asistimos a un acto de su presentación en la biblioteca del Alcázar. Una presentación que me dio mucho que pensar y sobrados motivos para leer su última obra.


Desde que mi mujer y yo leímos “Lo que encontré bajo el sofá”, sentimos la necesidad de visitar Toledo, la ciudad donde se desarrolla la historia y así conocer, con más detalle e in situ los rincones y leyendas que en ella se describen. Casualmente, Eloy organiza, dos o tres veces al año, en colaboración con “Rutas de Toledo”, unas visitas guiadas por las calles y lugares donde se desarrollan algunos de los episodios más intrigantes de la novela. Así que nos apuntamos a una de ellas y allí fuimos a pasar un lluvioso fin de semana.


Tampoco es el objeto de esta entrada comentar la visita que llevamos a cabo, en grupo y en solitario, por las calles y callejones empedrados de esa maravillosa e histórica ciudad en la que convivieron tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana.

Lo que de verdad me ha motivado a escribir estas líneas es lo que ha quedado en mi mente, el poso que ha dejado en mi alma la lectura de “El Regalo” y, antes de eso, las anécdotas que Eloy nos contó en el transcurso de su presentación.

Para mí (ya se sabe que una obra de arte puede ser objeto de múltiples interpretaciones según quien la analiza), “El Regalo” es un canto a la vida. Su lectura nos invita a reflexionar sobre las oportunidades que, con demasiada frecuencia, dejamos correr; los cambios que tememos emprender; la felicidad a la que renunciamos en aras de una vida cómoda y acomodada; el regalo que representa poder hacer lo que uno realmente desea y así ver cumplidos nuestros sueños.

Eloy amenizó la presentación de su nueva novela con varios ejemplos de personas que, de la noche a la mañana, tomaron una gran decisión: cambiar radicalmente de vida, dejarlo todo y comenzar de cero.

Hay que reconocer que, en todos los casos, se trataba de personas valientes y decididas, personas especiales y distintas en sus planteamientos a la mayoría de los humanos, con unos rasgos peculiares en su forma de vivir y sentir la vida. No por ello sus casos dejan de ser menos meritorios y dignos de admiración. Y como a nuestro escritor le atraen las personas “especiales”, como él mismo reconoció, se acercó a ellas para conocerlas mejor y así supo de sus cuitas y de sus sentimientos.

Todos los ejemplos mencionados tenían su enjundia pero el que más me llamó la atención fue el de un joven que lo dejó todo para dedicarse a lo que más le gustaba: la fotografía. Eloy le conoció, casualmente, mientras paseaba junto al mar. Vio cómo una chiquilla le hacía unas fotografías con una cámara de grandes dimensiones –y aparentemente de gran valor económico- que apenas lograba sostener en sus manos, haciendo verdaderos equilibrios para mantenerla en posición para disparar. Eloy dedujo que aquella niña sería su hija porque ¿quién en su sano juicio dejaría en manos de una criatura desconocida un equipo fotográfico como aquél? Cuando vio que, tras efectuar varios disparos, la niña le devolvió la cámara y se marchó, Eloy no pudo resistir la curiosidad y, acercándose a aquel joven, le preguntó quién era aquella chiquilla. “No lo sé” -le contentó-, solo quería que me hiciera unas fotos.

Y así conoció la historia de quien se presentó como Aitor Aranda, un joven administrativo que, aun estando asqueado de la vida profesional que llevaba, nunca se decidía a cortar por lo sano ese cordón umbilical que le mantenía atado a una vida aburrida y gris. El miedo a quedar libre de la estabilidad que le proporcionaba un empleo seguro y quedar abocado a la incertidumbre del ¿y ahora qué?, le mantenía inmóvil anclado a una actividad que detestaba. Hasta que un concurso fotográfico le ayudó a cambiar el “chip”.

Aitor, animado por unos amigos, decidió presentar una fotografía que había hecho a su perro con el mar de fondo. Ganó el primer premio dotado con tres mil euros. No era ésta una suma como para echar cohetes ni permitirse grandes hazañas pero, aun así, le ayudó a tomar la decisión más importante de su vida: dejó su trabajo y decidió dedicarse profesionalmente a la fotografía. Hoy es un fotógrafo de éxito y, lo más importante, feliz.

Como muy bien decía Eloy, mucha gente no se atreve a cambiar de trabajo porque cree que no sabrá hacer nada más de lo que viene haciendo desde hace muchos años. En algunos casos es precisamente eso lo que les ha llevado a la ruina. Cuando uno pierde su puesto de trabajo -algo harto frecuente en la actualidad- y no está preparado para llevar a cabo otro distinto, es cuando se hunde en el pozo. Hay que ser versátil, adaptable y emprendedor. Nunca se sabe dónde está la oportunidad de nuestra vida. Cambiar puede significar revivir, resucitar. No hay que temer al cambio. Tampoco creo que se haya de optar al cambio por el cambio. Pero ¿por qué no hacerlo cuando no estamos satisfechos ni somos felices con lo que hacemos? ¿Por qué negarnos a buscar la felicidad en otros horizontes? ¿Por qué no intentar cumplir nuestros sueños si los tenemos? Ésta ha sido la enseñanza con la que me he quedado tras la lectura de “El Regalo” y de la historia de Aitor Aranda. No es nada nuevo, lo sé, ni original, también lo sé. Pero sí es algo recurrente en muchos de nosotros: hacer oídos sordos a las oportunidades y luego quejarnos por no haberlas sabido escuchar.

Yo no sé si he llevado la vida que quería llevar. He vivido bien y no me desagrada mi profesión, el fondo. Otra cosa ha sido la forma, el modo, el medio en el que me he visto obligado a ejercerla. En varias ocasiones aposté por el cambio pero solo fueron cambios de ubicación, de empresa. A unos le sucedieron otros, siempre buscando un lugar idóneo en el que hacer mi trabajo agradablemente. Siempre he buscado ser feliz haciendo lo que me gustaba y sabía hacer y, salvo escasas y muy breves ocasiones, no lo he logrado. Quizá es que el cambio debiera haber sido mucho más radical y no supe o quise verlo. Ahora, para mí, ya es demasiado tarde. No tengo edad ni necesidad de cambiar. Pero siempre me quedará la duda de cómo me hubiera ido de haber optado por otra profesión u otras salidas. Pero lo jóvenes todavía estáis a tiempo de buscar vuestro propio regalo de la vida: la felicidad.

Lástima que no tenga lectores lo suficientemente jóvenes como para ser valientes. ¿O sí?
 
 
Imágenes: Vista de Toledo, portada de "El Regalo" y fotografía de Aitor Aranda, cortésmente cedida por Eloy Moreno.
 

martes, 22 de diciembre de 2015

Mi felicidad



Atravieso montañas y valles
cambio de paisaje y de estaciones
piso con placer la hojarasca y el barro
recibo la lluvia en mi cara curtida
por el paso del tiempo.
Miro las nubes que observan mi deambular
por este largo camino
que de tu mano se hace más placentero.
Ni el mar me detiene
rumbo a poniente
dejando atrás estelas de espuma agitada
y recuerdos de puertos abandonados
tormentas y nieblas vencidas
viajo con el sol templándome la cara.
Tras el ocaso, el amanecer diáfano
abre horizontes ignotos y lejanos
llenos de esperanza.
Dos almas surcando nuevos mares
alcanzando metas, infatigables
viviendo nuevos sueños, nuevas vidas
llenas de abrazos de ida y vuelta
de alegría inagotable
de ternura sin fin
con compañías acogedoras
con amor sin prisas
viviendo sin abandono ni soledad.
A esto le llamo felicidad.



viernes, 18 de diciembre de 2015

Premio Liebster Award

 
Mira por dónde, yo que estaba trabajando en las profundidades de mi último relato de ficción, salgo a la superficie y me encuentro, en el mundo real, con que nuestra compañera de letras e historias, María Campra Peláez, nombre y apellidos, que también supongo reales, de la Mamá Escritora, me ha nominado para el premio Liebster Award, algo que le agradezco como si de un regalo se tratara. Porque en un regalo lo que cuenta es el valor simbólico, el detalle, la intención, el hecho de que hayan pensado en ti.

Por lo tanto, muchas gracias, María, por haberme tenido en cuenta a mí y, por extensión, a mi blog que, dicho sea de paso, no sé a cual debería hacerle entrega del premio. Así que lo repartiré entre todos ellos, así no se enfadarán, aunque utilice éste como portavoz de mi gratitud.

Dicho esto –soy de pocas palabras pero cuando se trata de justificarme, se me escapan sin querer-, y a pesar de que mucho/as conoceréis las normas que se esconden tras esta nominación, paso a detallarlas:

1. Agradecer al blog que me ha nominado y seguirlo
2. Responder a las 11 preguntas que me ha hecho
3. Nominar a 5, 11 ó 20 blogs que tengan menos de 200 seguidores
4. Avisarles de que están nominados, y
5. Realizar 11 preguntas a los autores de los blogs nominados

El agradecimiento ha quedado, creo yo, debidamente cumplido, y que soy uno de sus seguidores María bien lo sabe.

Las respuestas a las once preguntas que he recibido de ella son éstas:

1. ¿Te gusta leer en la cama?

No solo me gusta, me encanta. Que quede claro que no utilizo la lectura nocturna (me imagino que al decir cama se refiere al uso de ésta a la hora de acostarse) como somnífero aunque, lógicamente, me conduce al sueño. Me gusta ese momento de relajación física y mental, el silencio y la comodidad. De hecho es donde más leo pues, salvo los fines de semana, el día lo lleno con otras muchas actividades.

2. ¿Qué género te gusta más leer?

Soy totalmente ecléctico, como con la música. Principalmente leo novela y me guío más por el autor que por el género, aunque hayan autores especializados en un determinado género, claro está. Digamos que la novela histórica es la que más me atrae pues bajo la capa de la ficción, que nos deleita, subyacen hechos reales que nos ilustran.

3. ¿Te gustan las películas de libros llevadas al cine?

Me agrada ver en la gran pantalla aquellas novelas que me han gustado aunque generalmente me decepcionan, salvo honrosas excepciones. Lo que la imaginación crea en la mente del lector difícilmente se ve justamente representado en el cine. Por otra parte, un guión cinematográfico siempre se queda corto; no se puede trasladar a una película de 90 ó 120 minutos una obra de más de 800 páginas, que te ha ocupado días de atenta lectura.

4. Un libro que no hayas podido terminar de leer.

Nunca pensé que sería capaz de dejar un libro a medias. Soy persona de terminar todo lo que empiezo. Y si un libro me desagrada, sigo adelante con la esperanza de que mejore, y si no es así, siempre queda la curiosidad de conocer el final de aquello que me ha resultado un verdadero tostón. Excepto cuando decidí leer Ulises, la obra cumbre de James Joyce. Primero la empecé a leer en inglés y tuve que dejarla tras el segundo capítulo, completamente decepcionado por mis, supuestamente, insuficientes conocimientos del idioma. Cuando más tarde la leí en su versión en castellano, me llevé una gran alegría: no es que mi inglés fuera deficiente, es que no pude digerir aquel, para mí, galimatías literario.

5. Tu color favorito.

No tengo un color favorito pero sí puedo decir que, en cuestión de vestimenta, me gustan más los colores oscuros que los claros. Una americana gris marengo o azul marino me gusta más que una gris perla o azul cielo. En cambio, si se trata de pintura (sea un lienzo o las paredes de mi casa), prefiero los tonos pastel.

6. Un libro que no te puedas sacar de la cabeza.

Difícil decisión, pero siendo coherente con lo dicho sobre mi preferencia por las novelas históricas, una novela que siempre recordaré por los gratos momentos que me proporcionó su lectura es “La catedral del mar” de Ildefonso Falcones. Y en el género de intriga, me dejó huella “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón. Las he leído tres veces y las volvería a leer.

7. Un libro que hayas olvidado por completo.

Ya no me acuerdo.

8. ¿Tienes manías a la hora de escribir?

Más que una manía, lo que tengo son necesidades: comodidad, silencio y tranquilidad. Me molesta que me interrumpan cuando estoy en plena “efervescencia creativa”, cuando me siento inspirado, vamos.

9. Papel o digital para leer.

Papel, sin lugar a dudas. Llamadme antiguo pero, para mí, no hay nada como el libro en papel. Tocarlo, olerlo, hojearlo. También leo ebooks pero no es lo mismo. Compro en formato electrónico solo aquellas novelas por las que siento curiosidad pero que probablemente no necesitaré volver a leer. Si, por el contrario, me encanta, la tengo que acabar comprando en tapa dura o blanda, da igual. Hay autores, de los que he leído prácticamente todo lo que han publicado, cuyas obras quiero tenerlas siempre en papel, como si de una colección se tratara. Además, me gusta ir arriba y abajo, adelante y atrás, releer un párrafo o pasaje de un capítulo anterior y en un libro electrónico eso es, si no imposible, sí bastante engorroso. Además -y aquí sí que tengo una manía-, antes de empezar una novela me gusta leer la sinopsis en la contraportada, la biografía del autor en la solapa interior, ver cuántas páginas tiene y sobre todo, la longitud de los capítulos (eso solo para hacerme una idea de si voy a necesitar mucho tiempo para cada uno, pues no me gusta dejar la lectura sin haber completado un capítulo –por eso de no dejar las cosas a medias).

10. Dime tu palabra favorita.

Me suena a pregunta tremendamente femenina, como lo del color, jeje. O propia de un psicólogo o psicóloga. Pues bien, sin pensármelo mucho (lo prometo) me inclino por “gracias”. Últimamente su uso se está perdiendo.

11. ¿Qué te gustaría preguntarme?

Soy muy malo haciendo preguntas y una vez hechas casi siempre me arrepiento de haberlas hecho o de no haber elegido otra mejor. Así pues, voy a por las dos primeras que me han venido a la mente:

a) ¿Muestras lo que has escrito a alguien que tengas a mano (tu pareja, por ejemplo) para ver qué opina, antes de publicarlo?, y
b) ¿Tienes seguidores de tu blog entre tus amigos y familiares?
 
Como epílogo diré que, a diferencia de mi nominadora, estos los premios me ponen en un aprieto aunque los agradezco, como dije antes, por lo que significan. Uno de mis lemas preferidos es aquel que dice que es de bien nacido ser agradecido. Y muestro aquí mi agradecimiento a María aceptando primero su nominación y cumpliendo luego con las normas que ello supone. Pero debo aclarar que lo que más me incomoda de tomar el testigo es que hay que pasárselo a otros que, como me ha ocurrido en anteriores ocasiones, no se hacen eco de ello, cortando esta “cadena de favores”. Eso me deja con un mal sabor de boca, me recuerda esa sensación de soledad del niño con el que nadie quiere jugar. Entiendo y respeto, sin embargo, que no a todo el mundo le guste participar en este tipo de actividades. Yo era, al fin y al cabo, uno de ellos.

Por lo tanto, y para acabar de cumplir con mi compromiso, voy a nominar a los siguientes 5 blogs, dejando que sea el azar –la casualidad o causalidad de que vengan a leerme- el que les informe de su nominación y decidan libremente continuar. Estos son mis blogs nominados:

- Paola Panzieri (De aquí y de allí)
- Soledad Gutiérrez (Pampiroladas)
- Irene G (La quimera)
- Chari BR7 (La voz de las olas)
- Julio David  (Hola, me llamo Julio David)
 
Finalmente, en lo referente a las 11 preguntas que debo hacer, no seré nada creativo y, como me han parecido originales e interesantes las que me han hecho a mí, voy a plagiar a María Campra Peláez (espero que no me lo tenga en cuenta), haciendo tan solo unos pequeñísimos cambios:

1. ¿Te gusta leer en la cama?
2. ¿Qué género prefieres leer?
3. ¿Te gustan las películas de novelas llevadas al cine?
4. ¿Qué libro no has podido terminar de leer?
5. ¿Qué libro te ha dejado una huella imborrable?
6. ¿Qué libro te ha decepcionado a pesar de la calidad reconocida de/la autor/a o del éxito comercial?
7. ¿Libro en papel o en formato electrónico?
8. ¿Sobre qué temas te gusta más escribir?
9. ¿Dónde y cuándo te gusta más escribir?
10. ¿Tu blog ha tenido el éxito que esperabas?
11. ¿Cuáles son tus temas favoritos a la hora de elegir un blog?
 
 
Hasta la próxima entrada.
 
 

sábado, 5 de diciembre de 2015

Inside Out: los libros que han dejado huella

 


Mi compañero de letras y del mundo bloguero, Oscar Ryan, ha tenido a bien nominarme y, de este modo, pasarme el testigo para un juego –si así puede llamarse- que consiste en elegir una serie de libros, con la particularidad de que dicha elección debe hacerse bajo el punto de vista de la película Insite Out. Originalidad no se le puede negar a esta idea pero yo, al igual que Oscar, no he tenido ocasión de ver esta película. Así que empezamos mal, me dije cuando leí mi nominación en su blog y las bases del juego (la otra base es simplemente pasarle el testigo a otros compañero/as y esperar a que esto/as quieran seguir el juego).

A mi edad, la verdad, ya no juego a casi nada, salvo al parchís, a la brisca y poco más, pero tratándose de libros, una de mis aficiones favoritas junto con el cine y la música, cómo iba a negarme. Pero luego pensé que la cosa tenía su enjundia, no era nada banal, pues elegir un libro, UNO, que me haya marcado en mi vida no es moco de pavo. Bueno, en realidad son cinco libros, tantos como categorías de sentimientos (alegría, asco, miedo, tristeza e ira) que, al parecer, son el leitmotiv de esa película.

Así que debo decir, de entrada, que me ha resultado altamente difícil pronunciarme por uno de entre tantos como habré leído en mi vida. Tanto es así, que una vez hecha la elección, me arrepentía al poco rato, pensando que quizá ese otro…


Pero como tampoco voy a ser motivo de una azotaina por parte de aquellos libros a los que no haya tenido en cuenta, ni se pondrán celosos los que haya olvidado, vamos allá con mi selección:


 
 

Un lugar llamado libertad, novela escrita por Ken Follet, es, como dice su título, un canto a la libertad. Y al amor. La acción transcurre en la Escocia del siglo XVIII, donde un joven minero, propiedad –sí, digo bien- del amo de la mina, se enfrenta a la esclavitud a la que le tienen sometido, decidiendo finalmente huir. En su odisea, que le levará hasta América, vive todo tipo de situaciones en las que acaba imperando el amor y la entrega al prójimo, llegando a saber lo que es ser un hombre libre. Todo ello, existiendo, como telón de fondo, una historia de amor que al principio parece condenada al fracaso. Estas historias y situaciones en las que finalmente se hace justicia y se reparan los daños causados, siempre me han producido Alegría.
 
 





 
Diría, sin temor a equivocarme, que he leído todas las novelas de Henning Mankell, uno de mis escritores favoritos dentro del género policiaco, de suspense. Huesos en el jardín es la última de la serie de novelas de Mankell teniendo como protagonista al sesudo inspector Kurt Wallander. ¿Por qué me dio asco? Pues la verdad es que no me asqueó nada. No soy  proclive a sentir asco cuando veo o leo escenas que el resto de los mortales consideran “asquerosas”. Pero debía escoger una novela y he escogido ésta porque contiene descripciones bastante explicitas de cómo se hallan, casualmente, unos cadáveres en el jardín circundante a la casa que el inspector Wallander está decidido a comprar para retirarse.
 
 

 
Stephen King es también uno de mis escritores favoritos dentro del género de terror aunque también debo decir que, más que miedo, lo que me producen sus novelas es desazón, aprensión y grima con solo imaginarme que lo que describe pudiera ocurrir en la vida real. El cementerio de animales no es, para mi gusto, su mejor novela, pero sí es la que más se adapta al concepto de terror. No sentí pavor pero si escalofríos al imaginarme lo que ocurría en ese cementerio indio del bosque cercano a la nueva vivienda de los protagonistas, ese cementerio donde todo animal que es enterrado cobra vida a los pocos días. El verdadero terror comienza tras comprobar la veracidad de ese poder en la mascota de la familia. Y no cuento más para no destrozar la trama a quien decida leerla.
 
 



El niño con el pijama de rayas es el libro que más tristeza y angustia me provocó al leerlo. Pocos habrán que me hayan causado tanta tristeza. Relata y describe el horror de un campo de concentración nazi desde la perspectiva de la inocente mirada de un niño, Bruno, hijo de un oficial alemán encargado del campo. Recién llegada la familia a su nueva residencia junto al centro de internamiento para judíos, el niño interpreta a su manera lo que allí dentro ocurre y observa, creyendo que los trajes de rayas de sus “residentes” son pijamas. Hasta que conoce, a través de la alambrada, a un niño, como él, que va vestido con un pijama a rayas. El final es realmente demoledor.
 
 
 
La tapadera (The firm, en inglés), de John Grisham, llevada a la gran pantalla y protagonizada por Tom Cruise, es el retrato de la corrupción existente dentro mismo del gran bufete de abogados que recluta al joven y recién licenciado en derecho Miichell McDeere (Tom Cruise). Ira sería el mejor calificativo para definir lo que se sentí al ver (y leer) cómo el protagonista y aspirante a famoso abogado queda atrapado en la red de mentiras y comportamientos fraudulentos de la que parece una firma ejemplar y que solo es una tapadera que oculta una terrible realidad. El descubrimiento de lo que realmente ocurre en el bufete y la disyuntiva del protagonista ante lo que debe hacer, pone su vida en peligro.
 
 
Y esto es todo, amigos. Espero que mi selección literaria os haya agradado. Y sin más, doy paso a la lista de los blogs nominados para jugar al juego de los libros que más nos han impresionado:

- Carmen Rubio: Relatos en la red
- María Jesús Fernández: Reinvenciones
- Federico Rivolta: Relatos oscuros
- Edgar K. Yera: Rincón creativo de Edgar K. Yera
- Yolanda Roman: Timshel (tú podrás)
- Campanilla Feroz: Las letras suicidas
 
 

viernes, 4 de diciembre de 2015

Las cosas que no soporto (y II)



Una vez que me he despachado a gusto contra la parte más oscura del séptimo arte y la más insoportable de la televisión, puedo seguir y sigo con algunas otras de mis fobias, o manías, o como queráis llamarlas. Difícil ejercicio el de elegir por dónde empezar. ¡Tengo tantas! Pero también en esta ocasión he procurado ser comedido y he escogido tan solo un pequeño ramillete de lindezas de entre un vergel de despropósitos y sinsentidos para quien esto escribe. Espero que nadie se ofenda si se siente aludido. No voy a decir aquello de que “quien se pica, ajos come”. ¡Ay, ya lo he dicho! ¿Cómo se borra esto? Bueno, da igual.

También he vuelto a echar mano de las tijeras pero esta vez en plan censura. Sí, sí, soy un gallina. Lo reconozco. Ha sido por aquello de evitar represalias o regañinas por parte del/la acusado/a pues hay casos en los que si se cita el pecado, se descubre al pecador.

En esta ocasión también las he clasificado según el escenario donde suelen tener lugar, a saber:
 
En tiendas, restaurantes y establecimientos varios

- Que entremos en el supermercado a por dos artículos de última necesidad, ese paquete de arroz y ese bote de tomate frito que se nos olvidaron en la última compra, y salgamos con más de diez. 
 
- Que en el mismo supermercado me ponga en la cola más corta y acabe siendo la más lenta a pesar de haber hecho cálculos de lo que van a tardar los que nos preceden después de haber observado la cantidad de artículos que lleva cada uno en el carrito.
 
- Que en un local de bocadillos/comida para llevar (en el cine a veces también ocurre algo parecido) haya quien, después de haber estado haciendo cola un buen rato y teniendo ante sus ojos un gran panel luminoso con todos los bocadillos y menús que se ofrecen –fotografías incluidas-, cuando les llega su turno todavía no saben qué pedir y están dale que te pego discutiéndolo con su pareja y con el/la empleado/a.
 
- Que en ese mismo tipo de local haya siempre el típico cliente lento de reflejos o atontolinado que no presta atención a su turno, debiendo ser el/la empleado/a quien se lo haga notar exclamando “¡el siguiente por favor!” o, peor aún, el que va detrás suyo. Que no estamos para dirigir el tráfico ni para perder el tiempo, que la película empieza puntual y no esperan a nadie.
 
- Que en esos establecimientos en los que hay que tomar un ticket para ser atendido, haya quien no se  moleste en hacerlo a pesar de haber una pantallita bien visible que marca el turno, un dispensador, generalmente de color rojo, también bien visible, y que todos los clientes que aguardan a su alrededor tengan un papelito en la mano. Y si alguien se lo hace saber, le mira con cara de besugo.
 
- Que en el restaurante, cuando estoy contando un chiste aparezca, en el momento crucial del desenlace hilarante, el camarero preguntando si los señores van a tomar café.
 
- Que teniendo hora en la peluquería, llame para ver cómo van y así no tener que esperar mucho, que me digan que todavía tarde unos minutos en llegar porque van un poco retrasados y que al presentarme a la nueva hora convenida, tenga que esperar media hora. Y yo me pregunto: ¿es que un/a profesional, que no hace otra cosa en todo el día y durante años, no sabe calcular, minuto arriba, minuto abajo, el tiempo que tardará en terminar lo que tiene entre manos?
 
En la calle
 
- Que circule un coche con las ventanillas bajadas y la música a tope, en plan discoteca, como si quisieran que la gente sepa que tienen un reproductor de CD que es la hostia. Claro que, normalmente, el perfil de ese individuo es el de un perfecto hortera que lo que quiere es impresionar y ligarse a las “titis”. Lo peor de todo es que parece que les funciona, sino no lo harían, digo yo.
 
- Que cuando la gente que cruza un paso de peatones, especialmente los anchos, tan abundantes en barrios céntricos, lo haga en desbandada, ocupando todo su ancho, debiendo sortearlos en zig-zag para evitar un cuerpo a cuerpo. Con lo fácil que sería que todos circuláramos por nuestra derecha, que era lo que me enseñaron de pequeño en aquella rancia pero útil asignatura que se llamaba “aseo y urbanidad”.
 
- Que haya quien busca objetos perdidos entre la arena de la playa con un detector de metales, esperando encontrar monedas o alguna pequeña joya (anillos, cadenas de oro), aprovechándose así de la desgracia ajena. Lo que me alegro cuando observo que el individuo buscador de tesoros toma algo de la arena, lo mira y lo lanza despectivamente. Habrá encontrado una argolla abrelatas o una chuminada con menos valor que un condón usado. Pues que se joda –pienso para  mis adentros.
 
Situaciones varias (en todas partes cuecen habas)
 
- Que me llamen tele-operador/as o esas personas que trabajan en el tele-marketing, tele-venta o como se llame, para ofrecerme servicios, cambiar de compañía u operador telefónico. Que me suelten una retahíla de palabras que leen o tienen  aprendidas de memoria. Que casi no se les entienda porque, además del profundo acento latinoamericano que tiene la mayoría (seguramente inmigrantes explotados), hablan al estilo correcaminos, teniendo que hacerles repetir las cosas sin que apenas pueda mediar palabra porque les quiebro el discurso. Pero peor aún es la hora intempestivas a la que laman, que me pillan casi siempre con la cuchara en la boca (así se aseguran de encontrar a la víctima en casa), y su insistencia, haciéndome o queriéndome hacer sentir un inútil por no entender las grandes ventajas de acogerme a sus maravillosas ofertas.
 
- Que quien me censura por algo que estoy haciendo (por ejemplo consultando el móvil), lo haga tanto o más que yo. En otras palabras: que todavía haya quien ve la paja en el ojo ajeno y no se mire al espejo para comprobar la viga que lleva en los suyos.
 
- Que me desbaraten los planes, concienzuda y anticipadamente establecidos, incluyendo en ellos a terceras personas, a última hora y por culpa de un capricho ajeno o causa perfectamente eludible.
 
- Que me digan que haga algo justamente cuando ya lo estoy haciendo o estoy a punto de hacerlo por propia iniciativa. Ello me hace sentir un “mandao”, que no hace las cosas sino se las ordenan.
 
- Que solo pueda contactar con una empresa que me presta un servicio por vía electrónica, debiendo entrar en su web y navegar a través de toda una serie de pestañas y opciones que al final no me llevan a ninguna parte, por lo menos a ninguna deseada.  Curiosamente siempre me ocurre eso cuando quiero hacer una reclamación o una pregunta cuya respuesta no incluya la posibilidad de que me ofrezcan algo a cambio.
 
- Que sea tan fácil darme de alta de un servicio y tan sumamente difícil y complicado darme de baja del mismo.
 
- Que haya quien al llamar al ascensor, pulse a la vez los botones de subida y de bajada, pensando, digo yo, que así acudirá más rápido. Creo que hay quien todavía no se ha aclarado con los botoncitos. ¿Quieres bajar? Pues pulsa el de bajada. ¿Quieres subir? Pues el de subida. A menos que junto a la puerta o en la parte superior de la misma haya una flecha luminosa que indique en qué sentido va el ascensor, cuando llega y se abren las puertas te ves obligado a hacer la típica pregunta: ¿Suben o bajan?
 
- Que cuando alguien me hace una pregunta, se interesa por algo, por ejemplo, de mi vida -¿en qué ocupas ahora tu tiempo libre?, ¿cómo te fue con aquel asunto?, y cosas por el estilo- al cabo de treinta segundos haya perdido todo interés en lo que le estoy contando, deje de prestarme atención y se distraiga continuamente con cualquier cosas que sucede a nuestro alrededor o en lo que dice el de al lado. De buena gana le daría un sopapo pata hacerlo volver a la realidad. ¿no has preguntado, mamón? Pues ahora te jorobas y atiendes a lo que te cuento. Lo que suelo hacer, en cambio, es callarme y cambiar de tema. Y digo yo: ¿por qué peguntan si no les interesa para nada la respuesta?
 
- Que en una comida con un grupo de amigos, colegas o ex compañeros, me toque sentarme al lado del más “paliza”, el pelmazo de turno, ese que te suelta a ti solo, como si no hubiera nadie más en la mesa, un rollo de aquí te espero, desde el aperitivo hasta el café, que no te permite atender ni participar en otras conversaciones mucho más interesantes  con el resto de asistentes a los que hace tiempo que no has visto. Entonces soy yo el que no presta demasiada atención a su interlocutor, asintiendo de vez en cuando por simple cortesía, pero en tal caso no he sido yo el causante de su monólogo. Camarero, ¿tiene una aspirina? Es que me ha entrado un dolor de cabeza… Pero ni por esas se da por aludido.
 
- Que me hagan repetir las cosas porque, simplemente, no atienden a lo que digo o pregunto. O bien ese ¿qué? retórico que lo único que pretende es retrasar la respuesta (o a mentira) y darse tiempo –un tiempo record, desde luego- para inventar una excusa o una salida airosa.
 

Y parodiando el anuncio de aquellas pilas que duran tanto, cambiaré de verbo y diré “y sigue y sigue y sigue”. Pero no seguiré. Me planto, pues después de leer esta sarta de manías, puestas por primera vez en mi vida por escrito, debo hacer un alto, un examen de conciencia, y preguntarme: ¿soy normal?