miércoles, 5 de febrero de 2014

Efímeros y falsos




¿Por qué la voluntad es, a veces, tan efímera? ¿Por qué los buenos propósitos sólo duran lo que tarda en desaparecer el motivo que los despertaron? Eso lo vemos a diario con el propósito de dejar de fumar, ponerse a dieta, ir al gimnasio, estudiar inglés y con todos los que se formulan durante la Nochevieja pensando en un nuevo año que promete ser mejor que el que nos deja.

Al margen de la dificultad que entraña liberarse de un vicio, dificultad que, asociada a una fuerza de voluntad débil y huidiza, da al traste con toda buena intención, muchas veces la verdadera causa del fiasco reside en la falta de sinceridad que subyace en las promesas de cambio o de mejora, éstas que se han hecho sin pensar, bajo los efectos del alcohol o simplemente para quedar bien con los demás y tranquilizar momentáneamente la mala conciencia.

¿Por qué, si no, todo el género humano, casi sin excepción, hace votos de amistad, generosidad, paz y amor al prójimo durante el dulce periodo de las fiestas navideñas y al cabo de unos pocos días es aquejado de una amnesia retrógrada irreparable? ¿Por qué, esos mismos que días atrás parecían querer reconciliarse con el mundo entero y alcanzar el grado de santidad, sólo con volver a la rutina diaria vuelven a ser los mismos de siempre, practicando la misma política de tierra quemada con todo aquel hijo de vecino que se le cruza por delante? ¿Qué le ha ocurrido a ese personaje que, ebrio de alegría y champán, ataviado con gorrito de cartón y espanta-suegras o trompetita en ristre, abraza a conocidos y extraños, como si fueran hermanos de sangre, y a los pocos días vuelve a las andadas menospreciando a sus semejantes?

Tal euforia conductual tiene su origen, a mi entender, en los emotivos reclamos publicitarios (el turrón y la vuelta al hogar por Navidad) que nos invaden en esas fechas, los continuos mensajes de paz a juego con las enseñanzas religiosas (en Navidad hay que ser bueno sí o sí) y la ingenua esperanza de algunos de que el hombre todavía puede redimirse y que reaparece cíclicamente en esa época del año. El efecto catártico y pacificador que resulta de todo ello arranca lo mejor de cada uno, transmutándonos en seres pacíficos y de buen corazón, efecto contagioso y, sin embargo, efímero porque detrás de este idílico escenario no hay más que palabras vacuas, voluntades espurias e intereses costumbristas y no un deseo real de mantener vivo el llamado Espíritu de la Navidad, término que denota, por sí mismo, una brevedad consustancial con la de esas fechas de júbilo obligatorio.

No obstante, y a pesar de que esos grandes propósitos de enmienda sean tan efímeros como falsos, existe la obligación moral de perseverar en ellos, aunque sólo sea una vez al año, pues algún día podría cumplirse, sin querer, alguno de ellos. Nunca hay que perder la esperanza.
 

 

2 comentarios:

  1. Como la vida misma .... es por eso que nos encanta seguir con la misma tónica de ''esos dias ''' tan entrañables , la pena que
    la moneda viene de vuelta en muy pocas ocasiones ... Verdad que si ???? Un abrazo

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    1. Pues sí. Esos días de recogimiento familiar y de buenas intenciones deberían prolongarse todo el año pero los humanos somos así y no aprendemos de nuestros errores.
      Un abrazo.

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