El precio de la vivienda, tanto
de propiedad como de alquiler, es cada vez menos asequible para muchas familias
y especialmente para las jóvenes parejas que quieren convivir juntas y los
jóvenes que quieren independizarse. En estos casos, encontrar un piso, sobre
todo en ciudades como Madrid o Barcelona, es cada vez más complicado debido a
los precios desorbitados y a los alquileres excepcionalmente elevados. Y aunque
muchos intentan compartir habitaciones o vivir en poblaciones dormitorio, en
muchos casos tampoco les alcanza el dinero. Prueba de esta escandalosa
situación, las redes sociales se hicieron eco recientemente de un caso en el
que se alquilaba en Madrid un piso, por llamarlo de alguna forma, de doce
metros cuadrados por 475 euros al mes. Increíble pero cierto.
Si esta situación se agrava en
poblaciones eminentemente turísticas, el caso de Ibiza roza lo esperpéntico.
Es bien sabido que el turismo
se asienta en la hostelería y la restauración. Cuantos más hoteles y
restaurantes, más flujo de turistas, tanto españoles como extranjeros. ¿Y de
quién dependen ambos negocios? De sus trabajadores. Pues resulta, como decía,
esperpéntico que estos empleados de temporada no hallen donde caerse muertos a
la hora de descansar, teniendo algunos que dormir en un sofá arrendado por 500
euros al mes —que el arrendador califica como un auténtico “chollo”— o, en el
mejor de los casos, en furgonetas y autocaravanas. Y todo porque con sus
salarios no se pueden permitir pagar un alquiler mínimamente decente, si es que
pueden encontrar algún piso disponible que no se haya destinado al turismo. ¿No
es un contrasentido? Se necesitan trabajadores, pero no tienen donde alojarse.
Un caso aparte y especialmente
llamativo es el de Karla Andrade, una maestra de primaria mallorquina que
trabaja en un colegio de Ibiza, al que fue destinada y que, debido a los
inconvenientes del alto precio de la vivienda en esa isla balear, debe tomar
dos aviones diarios para desplazarse de su residencia a su lugar de trabajo y de vuelta a casa, un
problema que comparte con otros muchos trabajadores en sus mismas
circunstancias.
Según ha contado esta joven,
el coste de los vuelos es de unos 800 euros al mes, y eso gracias a la
bonificación existente para los residentes que vuelan interislas, mientras que
el alquiler de un piso en Ibiza puede rondar, lo más barato, unos 1.400 euros,
a todas luces impensable para quien —según las fuentes consultadas— gana unos
1.200 euros al mes. Por lo tanto, si a este sueldo se le restan los 800 euros
de transporte aéreo, a nuestra profesora le quedan 400 euros mensuales netos
para vivir. Es de suponer que, al vivir en pareja, ambos contribuyentes a la
economía familiar puedan hacer frente a los gastos de supervivencia.
Si hablamos de viviendas de
compra, en términos absolutos, el precio más elevado en las islas Baleares se
sitúa precisamente en Ibiza, con una media de unos 4.000 euros el metro
cuadrado, habiendo alquileres por habitación que llegan a la friolera de 2.400
euros mensuales, todo un despropósito.
Si la Constitución española consagra el derecho a una vivienda digna, ¿cómo es que ninguna institución pública
ha calibrado la magnitud de este problema, que en el caso concreto de las islas
Baleares provocará un colapso por falta de trabajadores públicos y del sector
turístico privado?
En todo el territorio español,
con las lógicas diferencias entre Comunidades, la vivienda se ha convertido en
un auténtico problema, por su encarecimiento y por la falta de vivienda social,
que la recientemente aprobada (mayo de 2023) Ley de la vivienda no ha
conseguido todavía paliar y que muy probablemente hallará serias dificultades
para su desarrollo, bien por falta de interés político real o de coraje, bien
por las presiones y renuencia de los especuladores y fondos buitre. Y ya
sabemos que las leyes, por muy beneficiosas que sean para la ciudadanía, una
vez aplicadas pueden cambiarse tan pronto cambia el partido en el Gobierno.
Y hasta que este problema no
se resuelva —si es que se resuelve—, la multitud de trabajadores que se ve
obligada a desplazarse en avión de su lugar de residencia al de su trabajo y
viceversa, por falta de una vivienda asequible donde establecerse
definitivamente, que lo pague con el sudor de su frente y que se aplique la
canción: Volando voy, volando vengo; por el camino yo me entretengo.